sábado, 16 de maio de 2009

Retrato Familiar




Mamá y Papá, La Plata 1981.

Retrato de un ser querido




Tía Patricia, primavera del ´76.

"Playas" by Martin Parr


Martin Parr critica con humor y colores vibrantes nuestras costumbres actuales. Al ver la muestra, uno puede reconocer claramente a cuál país pertenecen. Ya que por ejemplo, las fotos que fueron tomadas en las playas de Copacabana-Rio de Janeiro, las mujeres salen con diminutas bikinis y los hombres con zungas. Además el bronceado de sus cuerpos (convengamos que el clima tropical influye) es un distintivo indiscutible. Los arcos de fútbol y las redes para jugar beach-volley también los distingue, ya que los cariocas le dan mucha trascendencia al deporte y la vida al aire libre.

Otras playas en las que Parr pone su ojo voyeurista son las de Chile. Observé que los chilenos son más recatados a la hora de enfundarse en sus trajes de baño. Tienen un espíritu más familiero, y el ir a la playa para ellos es todo un acontecimiento.


Al ver las playas de Uruguay, sinceramente me costó adivinarlas. Quizás uno tiene el prejuicio de que en Punta del Este la gente no toma mate ni come, ni tiene una postura tan despreocupada y que sólo les importa el look playero y las ondas del verano. Parr una vez más nos sorprende y nos dice que todas las personas cuando van a la playa sólo buscan una cosa: "distenderse". También había algunas señoras adictas al cholulaje leyendo la revista Caras. Esta revista en Uruguay por lo visto se vende mucho, gracias a la globalización de la información, la cual permite que uno estando en otro sitio se sienta como en su casa.



Por último, y no menos importante señoras y señores: nuestras playas!!!...claramente identificables por: - la mugre, los perros que siempre se ganan el protagonismo, el banana tarjetero nunca falta, las señoras con el mate y sus facturas y muchísimas cosas que Parr prefiere obviar e ir directamente a lo principal de cada cultura.


A modo de síntesis, la muestra de Parr me pareció ingeniosa ya que, opta por una opción desdramatizada el abordaje de la cultura de los principales países latinoamericanos. A Parr lo adopté como el mayor maestro de la fotografía urbana. Tiene un gran poder de experimentación y de fotografía de calle, y aún cree que el observar es capaz de superar megapixeles y photoshops. Hay espacio para todo el mundo gente, lo importante es tener el diferencial.

quinta-feira, 14 de maio de 2009

Retrato Literario: "Alguien voló sobre el nido del Cuco"


"(...) Parece todo un hombre
. Le oigo avanzar por el pasillo y por sus pisadas parece todo un hombre, y desde luego no se arrastra; lleva chapas de hierro en los tacones y los hace rechinar sobre el piso como si fueran herraduras. Lleva pantalones y camisa camperos, tan desteñidos por el sol que han quedado del color de la leche aguada. Tiene la cara y el cuello y los brazos curtidos de tanto trabajar en los campos. Se cubre el pelo con una gorra de motorista que antaño fuera negra y lleva una chaqueta de cuero colgada del brazo, y usa unas botas grises y polvorientas y tan pesadas que podrían partir a un hombre en dos. Aparece en la puerta, se detiene, se mete los pulgares en los bolsillos, y, con las botas muy separadas, se queda allí, de pie, con todas las miradas fijas en él.
-Hola, amigos.
Sobre su cabeza pende de un hilo un murciélago de papel, de esos que se cuelgan la víspera de Todos los Santos; alarga el brazo y le da un golpecito que lo hace girar.
-Bonito día.
Habla como solía hacerlo Papá, con voz fuerte y llena de encono, pero no tiene el mismo aspecto que Papá; papá era de pura raza india —un jefe— y duro y reluciente como la caja de un fusil. Este tipo es pelirrojo con largas patillas rojas y una masa de rizos que asoman bajo su gorra, debería haberse cortado el pelo hace tiempo, y es tan ancho como alto era Papá, tiene una ancha mandíbula y también son anchos sus hombros y su pecho, luce una ancha y blanca sonrisa diabólica, y su dureza no es como la de Papá, resulta duro en el mismo sentido en que es dura una pelota de béisbol bajo el cuero rasposo. Una cicatriz le cruza la nariz y una mejilla, alguien debió darle un buen puñetazo en una riña, y todavía lleva los puntos en la herida. Sigue ahí de pie, esperando, y cuando nadie da señales de querer decirle nada se pone a reír. Nadie sabría decir exactamente por qué se ríe; no ha ocurrido nada divertido. Pero no se ríe de la misma manera que el de Relaciones Públicas, su risa es espontánea y sonora y brota de su ancha boca abierta y se va extendiendo en anillos cada vez más amplios hasta estrellarse contra todas las paredes de la galería. No es como la risa de ese gordo de Relaciones Públicas. Es una risa genuina. De pronto me doy cuenta de que es la primera risa que oigo en muchos años.
Sigue ahí, de pie, nos mira, se balancea sobre sus botas y ríe y ríe. Entrelaza los dedos sobre el vientre, sin sacar los pulgares de los bolsillos. Y puedo ver cuan grandes y rugosas son sus manos. Tenía manchas de carbón bajo las uñas, señal de su antiguo empleo en un garaje; tenía tatuada un ancla encima de los nudillos; en el del medio llevaba una tirita sucia que comenzaba a deshilacharse por los bordes. Los nudillos restantes estaban cubiertos de cortes y de cicatrices, antiguas y recientes. Recuerdo que, de tanto manejar los mangos de madera de hachas y de azadas, tenía la palma lisa y dura como un hueso, no era la mano que uno imaginaba repartiendo cartas. Tenía la palma callosa y las callosidades se habían resquebrajado y las hendiduras estaban llenas de mugre. Todos los de la galería, pacientes, personal y demás, todos, se han quedado anonadados con su presencia y su risa. Nadie hace un gesto para interrumpirle, nadie dice nada. Sigue riendo hasta que no puede más y entra en la sala de estar. Incluso cuando no se ríe, la risa sigue flotando a su alrededor, como flota el sonido de una gran campana que acaba de tañer en aquel momento; la risa está en sus ojos, en su forma de sonreír y de fanfarronear, en su modo de hablar (...)".


Este fue uno de los primeros libros que leí de chica y me marcó. Recuerdo, ya desde pequeña, sentirme atraída por todo lo relacionado con el mundo de la psiquiatría. Quizás, el gran responsable directo, fue mi padre con su profesión de psiquiatra. Un día entre sus archivos de pericias, encontré esta profecía de Kesey y recuerdo que me llamó estrepitosamente la atención la tapa y el título. Al leer el argumento supe que me atraparía. De hecho, me atrapó.

Datos del Autor

Ken Kesey nació en La Junta, Colorado, el 17 de septiembre de 1935. Perteneció a la mitificada Generación Beat. Tom Wolfe lo inmortalizó en su artículo Electric Kool-Aid Acid Test, donde se relataba el viaje que Kesey realizó con el grupo que lideraba, los Merry Pranksters, a través de EE.UU. en el año 1964, a bordo de un destartalado autobús decorado psicodélicamente, así como sus devaneos con el LSD. Fundó la comuna hippie Perry Lane. Fue miembro de la banda Grateful Dead. Pasó seis meses en la cárcel por posesión ilegal de marihuana. Los ultimos años de su vida los vivió en una granja, dedicado a la cría de animales.
En 1960 Ken Kesey, entonces estudiante universitario, se ofreció como voluntario para los experimentos sobre drogas psicodélicas LSD, peyote, mescalina, etc. que los psiquiatras de un hospital californiano ensayaban para futuros usos terapéuticos. De esta experiencia personal nació "Alguien voló sobre el nido del cuco".

Breve sinopsis para el que esté interesado en leerlo

El nido del cuco es un manicomio, en la encrucijada de los caminos, en el nudo gordiano de la civilización. Este manicomio, dirigido por una mujer, Miss Ratched, sádica encarnación del sistema, se halla bajo el imperio de la ley y el orden, mediante el pentotal y electroshock, la lobotomía y la camisa de fuerza. En este mundo manicomio, un Indio, hijo de gran jefe, degradado a la condición de barrendero del hospital sobrevive en una clandestinidad sumisa fingiendo sordera y demencia. De pronto, complicando la situación, surge Mc Murphy, el héroe norteamericano por excelencia, el gran Cowboy rubio de ojos azules, camorrista, jugador de póquer, ex combatiente de Corea, condenado por delitos comunes, y que, para salvarse de la cárcel también simula locura. McMurphy, vital, generoso, amoral y rebelde, librará desde el instante mismo de su llegada una guerra sin cuartel contra la Gran Enfermera Ratched y su sistema represivo. Las batallas serán divertidas y cruentas; algunos internos perderán en ellas la vida, y otros descubrirán los encantos del placer sexual, la bebida, la libertad y la rebelión permanentes. Es precisamente un libro sobre la locura. Los cucos no tienen nido. La humanidad ya no lo tiene.